La profundización de la pobreza monetaria en el Perú incrementará las actividades de deforestación y degradación de los bosques amazónicos. Las comunidades indígenas aumentarán la búsqueda de recursos naturales con valor económico para mantener las bondades de la atención de las necesidades básicas de las familias relacionadas con la salud, educación, alimentación, vestimenta, transporte y servicios de comunicación. Hace más de un siglo desde que las comunidades indígenas amazónicas han ido formando parte de la economía de mercado. En la época del caucho estuvieron en la condición de semiesclavitud produciendo la goma de la aberración y durante los posteriores años realizaron trabajos impagos o muy irrisorios devenidos del comercio de pieles finas, pesquería, caza, horticultura y venta de madera rolliza o en pie. Estos quehaceres mercantiles ayudaron –con las pequeñas ganancias monetarias– a sobrellevar –hasta el día de hoy– los efectos y exigencias de la aparición sucesiva de nuevas necesidades en el curso de la vida tradicional, alterando de forma irreversible la usanza que por miles de años no había puesto en riesgo la integridad del bosque.
No solamente comprende el abanico de añadiduras externas los bienes de consumo alternativos o sustitutos, también involucra la oferta de los servicios públicos educativos y de la asistencia médica que se ha hecho imprescindible en medio de la creciente transformación de la sociedad global que ha basado en estos dos principales pilares la construcción del desarrollo humano para hacer frente a los nuevos desafíos y amenazas como el cambio climático, el atropello de los derechos fundamentales y colectivos, la seguridad alimentaria y el quebrantamiento de la paz.
El aumento de la escasez de los medios monetarios –provocado por la insuficiente presencia del Estado en la inversión o promoción de iniciativas económicas comunales sostenibles– está acelerando el usufructo de los recursos naturales por encima del techo de la subsistencia. La tala legal o ilegal de madera en territorios ancestrales está avanzando deprisa con la anuencia de las comunidades indígenas en compañía de los madereros que –por desgracia de la amazonía– jamás han hecho el esfuerzo de cumplir con los planes de manejo. Está creciendo la frontera del cultivo de coca y el tráfico de tierras prístinas para la conversión –previa comercialización de las parcelas– en ganadería, monocultivos y otros. Esta tendencia es fatal para los bosques de la amazonía, de la vida y cultura que de ella se amamanta.
La “visión de los civilizados” sobre la conservación de la amazonía para contrarrestar los impactos del calentamiento del planeta a través de la protección de las cabeceras de cuencas, hábitats y paisajes no toma en cuenta la transición del labriego hacia el mundo real basado en el dominio del comercio que le provee recursos adicionales para atender necesidades adicionales, pero de vital importancia para el desempeño de las capacidades humanas, el cumplimiento de los deberes y el ejercicio de los derechos fundamentales y colectivos.
Varias ONGs están ayudando a allanar el camino del deterioro paulatino del bosque amazónico. Han proscrito toda posibilidad de propiciar la circulación monetaria y contribuir con la erradicación de la pobreza en las comunidades indígenas. Que los indígenas defiendan los territorios ancestrales con sus métodos y medios propios, dicen. Sin tomar en cuenta la dimensión de las amenazas y su capacidad de reinventarse en busca que una letal estocada.
Por: Jorge Pérez Rubio | Presidente de ORPIO